Bajo el horizonte se incendiaba el mundo, mientras nuestros cuerpos ardían como viejos maderos de espino. la luna nos quiso dejar, pero no pudo parar de mirarnos. los pajaros enceguecidos se fueron al sol. entonces la noche nos abrazo en su infinita oscuridad, dejandonos su ultimo aliento, un pequeño susurro, una bocanada de estrellas sin luz.
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